La libertad de las piedras calientes



La libertad de las piedras calientes
Ceremonia de temazcal en una prisión juvenil











En la prisión intercambio mi licencia de conducir por un aparato que parece un control remoto. El guardia me explica: "Presione el botón verde en caso de ser atacado y vendremos corriendo a socorrerlo." Me meto el dispositivo en mi bolsillo, con el cuidado de no accionar el botón por error.

La prisión de The Herman G. Stark Youth Correctional Facility en la localidad de Chino, estado de California, se aferra al continente por la franja terrestre del lado este de Los Ángeles. Allí se encuentran 800 jóvenes “custodiados por el estado”, en un encierro ubicado detrás de un hermoso y denso cerco de árboles. Alguna vez en el pasado, estas instalaciones contuvieron más de 1400 internos por sus crímenes. Confinados antes de la edad de dieciséis, un delincuente juvenil podía ser condenado de por vida, dándosele una segunda oportunidad en la revisión de su caso nuevamente a los 25. Pero en 1999 el estado de California aprobó la Propuesta 22, que definía la imputabilidad a los catorce en vez de los dieciséis, lo que definió que a los dieciocho años los delincuentes juveniles se transfiriesen a la prisión adulta.

“Armado” con mi botón de pánico, camino a través de las puertas de seguridad en donde la documentalista pública de la prisión me da la bienvenida oficial en su oficina adornada con afiches de Frida Kahlo. Par mí ella es quien puede aliviar el burocrático mar de papeleos de la prisión, permitiendo que un fotógrafo curioso como yo pueda tomar fotos de un medicine man (Líder Espiritual) indígena mientras realiza una ceremonia ancestral en una construcción llamada temazcal, con un grupo de criminales adolescentes.

La documentalista me escolta fuera del edificio de la administración hasta el gran patio central resguardado. No veo a ningún interno, apenas detecto sus ojos invisibles mirando a través de las estrechas ventanas de sus celdas. Dentro de esa atmósfera tensa, intento tranquilizar mi respiración. A la entrada hay un jardín adentro de una cerca de alambre de púas de unos cuatro metros de altura. Un hombre de unos 60 años con una larga trenza canosa que le cuelga por la espalda nos saluda: "Jimi Castillo es mi nombre" dice y sacudimos nuestras manos en el saludo. Él me da la bienvenida a ese jardín mientras traba la puerta detrás de nosotros. Él es el portador de la pipa sagrada de las tribus de Tongva y de Acjachmen, cuyas tierras ancestrales fueron Los Ángeles, y justamente en el lugar en donde hoy está instalada la prisión. En su tarjeta de visita se lee el título de Nativo Americano “Chaplin”. Con este nombre ha conducido ceremonias semanales de temazcal en la prisión, desde el año 1991.

Jimi me presenta a los encargados de preparar la ceremonia, y me muestra los espacios de la “casa del sudor”, más exactamente llamado, temazcal. Sobre la estructura del temazcal se ponen lonas que cubren la estructura curva hecha de varas de árboles. Es un espacio redondo, de unos 1.5 metros de alto y 6 metros de diámetro. Parece una cesta dada vuelta sobre un hoyo central en donde se depositan las piedras. Cuando todo esté listo y la pequeña entrada se cierre, el interior del lugar se hará oscuro como el interior de un útero. Un hombre joven llena unos baldes de agua y moja en ellos salvia seca. Otros dos, sudando ya, preparan un gran fuego que calienta cincuenta y seis rocas volcánicas, cada una del tamaño de un cráneo. Luego de un par de horas, cuando las rocas brillen intensamente como carbones encendidos, serán transferidas al hoyo central del temazcal. La ceremonia -que incluye la vaporización del agua sobre las rocas calientes para crear un tipo de sauna nativo- se ha practicado a lo largo del tiempo en gran parte de América por diversas tribus, como una manera de limpiar y de rogar a los espíritus de nuestros antepasados. Los misioneros, las iglesias, y más adelante, el gobierno federal, intentaron prohibir este 'rito' considerado pagano. Pero desde hace dos décadas ha habido un renacimiento de las ceremonias indígenas en el pueblo mestizo, cuyo auge ha permitido realizar hoy en día ceremonias de temazcal, incluso, en algunas prisiones.

Cuando me invitaron acá esperé ver a participantes morenos y de pelo oscuro, pero alrededor mío veo convictos de todas las razas posibles. ”Yo no hago distinción entre las razas humanas” me dice Jimi. “Cualquiera que provenga de la ‘tribu de dos patas’ es bienvenido a sudar con nosotros."

Jimi me muestra en una huerta; el maíz, las calabazas y las habas que los internos han sembrado en el lugar. “Quisiera que al entrar a través de esa puerta tengan la conciencia de que están dejando la prisión para entrar en tierra sagrada.” Agrega.

“Este es un lugar seguro, donde los muchachos tienen la oportunidad de sentir la tierra bajo sus pies desnudos, donde pueden sentir el sol y la lluvia en la piel. Acá pueden encontrarse consigo mismos, y quizás sanarse”. En una esquina, una capilla honra con fotografías a los muertos y en el otro extremo una tortuga de tierra se posa con dirección al este.

Caminamos entre los rastrillos, las palas y las horquetas usadas para trabajar en el fuego. Mi mano roza el botón de pánico que tengo en mi bolsillo, mientras que Jimi se percata de mi mirada de preocupación. “En la prisión adulta, una barra de hierro es soldada a los dientes de los tenedores para que no puedan ser usados para herir a nadie " él explica. " Pero aquí, donde sudamos, es el único lugar en esta prisión en donde nunca se ha derramado una gota sangre. Incluso en las iglesias de aquí han ocurrido peleas. Pero ellos saben que si se derrama una sola gota de sangre en este lugar quemaré el temazcal y me iré para siempre."

¿Cuántas fotos tira su cámara por segundo?” pregunta un hombre asiático, lleno de tatuajes rudos, rompiendo el hielo y presentándose como Huy. Él nació en Vietnam, pero se fue de allí con su familia en un barco en 1974. Peregrinaron a través de campos de refugiado antes de instalarse en San Diego. Culturalmente perdido, se introdujo a la sociedad a través de una pandilla, hizo algo terrible a la edad de doce años, y se transformó en un convicto desde entonces. Ahora tiene veintitrés, espera ser liberado en el 2007. Él nunca fue a un baile de fin de curso, nunca tuvo una novia, y nunca tuvo su graduación. "Pero es la soledad la que es difícil de soportar aquí adentro", me cuenta mientras nos colocamos alrededor del fuego. "Mi familia me visita raramente, y conseguimos llamadas telefónicas pero no alcanza más que para saludar, eso es todo. Paso, a veces, 23 horas al día adentro de una celda. Es difícil no volverse loco. A algunos de nosotros les pasa. La presión es demasiado grande, unos se pierden, otros intentan matarse." Él es el único asiático que trabaja en el temazcal. "He estado en los servicios musulmanes, en la iglesia cristiana y aprendí de todos ellos. Pero aquí," dice, "es el único lugar en donde me siento en casa. ¿No es extraño?"

Un hombre latino de gran tamaño, con un tatuaje en su pecho, echa leños al fuego. Mientras el humo se levanta, se presenta como Pedro. Pareciera que es el hombre-fuego de la ceremonia: sus brazos y piernas no tienen pelos porque se los ha chamuscado al lado de las llamas. "Atendía los fuegos en otra prisión del Norte", me dice. Le dieron libertad condicional, pero algunas semanas más tarde lo detuvieron por conducir con algo de alcohol en su cuerpo. Por su adicción a la bebida fue enviado nuevamente aquí para acabar su rehabilitación. Entró en contacto con Jimi, preguntándole si podría trabajar en el temazcal. Pronto Jimi lo dejó a cargo de calentar las rocas. Ahora, cada jueves, sale de su celda al mediodía para comenzar el fuego.

Los otros encargados del terreno terminan sus trabajos y se acomodan alrededor de las llamas. La cercanía los hace tocarse con los brazos a la altura de los hombros y a la altura del cuello. Entre ellos bromean. “Oye, Pedro, ¿cómo cuántos kilos has perdido últimamente haciendo el fuego? ¡Pon unas veinte piedras más y échale más leña, más caliente, para que se queme toda tu grasa!” Pedro sonríe y me guiña un ojo. “Se hacen los muy rudos ahora, pero adentro del temazcal estarán chillando en serio cuando se ponga bien caliente”.

Dos guardias –con el tintineo de llaves, bastones y radios de sus cinturones- escoltan a treinta reclusos hasta el patio cerrado, y una vez adentro, se apartan para mirar desde la periferia. Los internos han cambiado su traje azul de prisioneros por unos shorts grises holgados. Se van sentando debajo de un árbol en unas sillas salpicadas por excremento de pájaro. Dos de ellos hojean revistas de autos. Cinco tocan un gran tambor practicando una canción. Otros simplemente permanecen de pie, mirando fijamente al fuego.

Jimi Castillo pide la atención a todos, hace algunos avisos en voz alta y le da la bienvenida a dos nuevos miembros. Los primerizos cubren su nerviosismo cruzándose de brazos para parecer tranquilos, mientras Jimi les explica la ceremonia. Después, se les anima a que hablen y compartan experiencias en torno al fuego. Recientemente, dos miembros de bandas rivales, sentados debajo este mismo árbol, desistieron de su promesa de matarse el uno al otro.

Los reclusos hacen una fila al lado del temazcal. Sus cuerpos marcados llenos de cicatrices y tatuajes son gordos, por la mala alimentación de la prisión y por una visible carencia de ejercicio.

Jimi, ahora vestido con un pantalón corto, se agacha frente al fuego y reza. Luego se acuclilla para entrar por la pequeña puerta del temazcal, llevando un ala de águila y un bolso de hierbas. Mientras Jimi esparce circularmente un poco de tabaco en la tierra, Pedro ofrece en un recipiente de madera tabaco a cada uno de los participantes, y cada uno de ellos toma una pizca. Antes de entrar al temazcal, cada uno dice un rezo silencioso, entregando ese tabaco al fuego, después se dan vuelta uno en uno, se arrodillan dicen, " Por todos mis antepasados" y avanzan a gatas humildemente, ingresando al temazcal. Al ingresar, Jimi les pasa una pluma de águila por la espalda. Los dos guardias se mantienen a cierta distancia, desinteresados, jugando con sus aparatos.








Soy invitado a entrar, sin ropa, anteojos, ni cámara, en shorts. Encuentro un lugar cerca de la entrada. Cuarenta individuos se sientan en el piso de tierra adentro, está muy lleno, hombro con hombro, rodilla con rodilla, alrededor del hoyo central. La poca luz que todavía entra a través de la puerta cae sobre los cuerpos de los participantes como una pintura de Rembrandt.

Pedro comienza a ingresar las rocas incandescentes, equilibrándolas en una horqueta, del fuego hasta la entrada del temazcal. Agachado en el hoyo central, un hombre joven con una mano herida, da la bienvenida a cada roca, y utiliza dos cuernos de venado para colocarlas al interior del círculo. Un calor irradia ferozmente el interior, y toma contacto violentamente con nuestra piel desnuda. Jimi esparce hierbas aromáticas arriba de las piedras rojizas que chisporrotean y se encienden, y veo manos que se extienden para atraer la fragancia hacia las narices.

Pedro finalmente tira de la lona de la puerta para cerrarla. En la repentina oscuridad, la mirada se ensancha, buscando un pequeño has de la luz para aferrarse a algo, pero solamente encuentro un resplandor volcánico en el centro.

Un rezo y una canción marcan el inicio de la ceremonia. Unos palos golpean llevando el ritmo. Silencio. Entonces Jimi lanza el primer vaso con agua hacia las piedras calientes que produce una explosión de vapor con un olor perfumado a salvia. El vapor sube hasta el techo, y baja quemando los hombros desnudos. Alcanzo a oír los gemidos de algunos compañeros a mi lado, yo también gimo, porque el vapor caliente me penetra por las fosas nasales, y siento quemaduras en mi espalda, nuestros poros se abren. Mientras más caliente la atmósfera, mayor la dificultad para cantar. Siento cómo otro hombre completamente sudado al lado mío canta, ruega y se sacude. Estoy sediento y tengo la sensación de calambres en los músculos de mi espalda.

Ahora es cuando ya no importa quién está preso, quién está libre, qué tatuajes llevas en tu piel o de dónde vienes. Al interior de esa matriz uno es simplemente un humano, desnudo, junto a otros, y nada más.

Sentados, rogamos en cuatro puertas, o rondas. En el primero se ruega por el mundo; en el segundo por las mujeres de nuestras vidas; el tercer ruego es por todas las relaciones y el cuarto, por uno mismo. Dentro del temazcal, de extremo a extremo en esta redondez, uno siente que mientras canta el calor se hace eterno, se siente el corazón con fuertes palpitaciones y uno piensa que el cerebro estallará en cualquier momento. Pero la puerta se abre nuevamente, compasivamente, para permitir la entrada de nuevas piedras calientes, mientras un chorro de aire exquisito nos refresca. "Nadie ha muerto aquí nunca", nos tranquiliza Jimi. “Pero en ocasiones, hemos tenido que sacar algunos hermanos para afuera. Eso es porque sus alteradas vidas no les permiten permanecer más tiempo acá adentro”.

Tres rondas más de oscuridad y de rezos. Tres rondas en que las rocas candentes silban mientras las baña el agua y se eleva el vapor; es esa continuidad desesperante de calor lo que provoca la búsqueda de la limpieza interior y el entendimiento de nuestra frágil mortalidad.

Finalmente, la puerta vuelve a abrirse por última vez, dentro los cuerpos están revolcados en el piso de tierra, pero se van incorporando con gran serenidad, sus ojos brillan llamativamente. Sus caras están marcadas por el lodo, sus rasgos son feroces, pero esta vez de gratitud.

Las luces halógenas y frías de la seguridad hacen relucir los cuerpos, mientras cada hombre se desplaza desde el temazcal hacia afuera para situarse en el círculo alrededor del fuego. Todas las manos se unen en un rezo final. Jimi les dice: " Nunca olviden esta sensación de estar libres, de modo que cuando ustedes salgan de la prisión, nunca tengan que volver acá.” El círculo se rompe y se empiezan a doblar las lonas que han tapado el temazcal para guardarlas.

Colocándonos en una fila procedemos a quitarnos el sudor y el lodo en una ducha. Las palabras vuelven lentamente, ahora son suaves, ya no está el humor áspero, las palabras y actitudes bravuconas. Pedro me muestra un bolso con medicina que está haciendo. Tiene un intrincado punto de tejido con granos minúsculos que cubren el cuero. "Cada grano es un rezo por mi familia", dice. “Mi esposa acaba de dejarme, llevándose a mis dos niños." Cuelga el bolso alrededor de su cuello. Los guardias escoltan a los presos a sus celdas, detrás de la alambrada. Lentamente se va realizando una transición entre el temazcal y la prisión. Llegan más guardias que instan a los muchachos a volver a las celdas, entre órdenes y radios portátiles que suenan de un momento a otro. Jimi abraza a cada interno antes de que se los lleven de vuelta a sus celdas. A pesar de esa luz áspera, los ojos de Jimi permanecen nobles.




Escrito por Jan Sturmann
Publicado en News from Native California, 2005
Traducción del inglés: Raíces del Sur (nuestros agradecimientos especiales a Tere González por su ayuda en la traducción).
El artículo original en inglés, además de muchas fotos del reportaje, lo puedes encontrar aquí.












Próximas actividades

Familia temazcalera, queremos ponerlos al día de nuestras próximas actividades:

- Este domingo 3 de enero no habrá temazcal en Peñalolén. Nos volveremos a encontrar con ustedes el domingo 10 de enero, en nuestro temazcal renovado para el nuevo año

- El próximo sábado 16 de enero correremos nuestro primer temazcal en la ciudad de Temuco, en coordenadas que pronto detallaremos. Pero desde ya...

¡¡¡ESTÁN TODAS Y TODOS INVITADOS!!!

"...es medicina"



"Les envío a todos y cada uno de ustedes mi más caluroso saludo desde lo profundo de mis 31 años en las entrañas de la Bestia.

Como saben, soy un antiguo miembro del Partido Panteras Negras original, y aunque los funcionarios del gobierno afirman que no hay presos políticos en las cárceles de este país, simplemente eso no es cierto. Habiendo cumplido ya más de tres décadas continuas preso en una cárcel federal, soy uno de los presos políticos más antiguos en los Estados Unidos de América. Hay un gran número de nosotros dispersos en todo el país, pero esa es una historia muy larga.

Imagínate la siguiente situación… si te atreves:

Después que te han negado la libertad condicional durante 30 años, a pesar de que has tenido una conducta ejemplar durante más de 20 años y hace tiempo ya que cumpliste con todos los requisitos para ser puesto en libertad bajo palabra, por fin se aproxima la fecha de tu liberación obligatoria. Hoy es 7 de abril de 2004, todo está listo ya.

Tu hija, que tenía 5 años de edad cuando te llevaron preso y ahora tiene 36, te ha enviado un fino traje de moda y primerísima calidad que esté a la altura de tu “reencuentro amoroso con la libertad”. Ella, junto con tres de tus hermanas, vino desde el otro lado del país para estar allí, para recogerte a la puerta de la cárcel. De hecho, habrá toda una comitiva de amigos queridos y bien intencionados que estarán frente a la prisión, planeando reunirse todos en casa de un amigo, a una hora de camino en su nuevo Cadillac rojo.

Se ha planificado una gran celebración: una gran comida al aire libre donde tu madrina ha cocinado langostinos a la parrilla en salsa picante y pastel de queso con fresa hecho en casa. Otro amigo, de Tonga, en consonancia con sus tradiciones culturales, ha horneado varios lechones bajo tierra. Otros amigos van a traer toda clase de alimentos.

Habrá una banda tocando jazz y blues en vivo, una piscina, y muchas otras cosas. En una palabra, una gran cantidad de personas generosas han hecho un gran esfuerzo, por no mencionar los gastos, para darte la bienvenida a tu nuevo mundo feliz alejado de los muros de la prisión que te han mantenido aislado durante tanto tiempo. Están allí para darte la bienvenida con su amor y su apoyo incondicionales.

En el interior de la cárcel los amigos han hecho una reunión para celebrar tu vuelta a casa, con mucha comida y mucha música, una reunión muy cálida y llena de emoción, de risas y conversaciones con los ojos llorosos. Todos se han reunido para desearte lo mejor y una vida nueva y próspera.

Has regalado todas tus pertenencias a tus amigos: reloj, despertador, sudaderas, shorts y zapatos de correr, pelotas de frontón, cinturón para levantar pesas, ropa y zapatos para recibir visita, artículos del comisariato, poncho para la lluvia y un abrigo de invierno. Lo único que has conservado es tu flauta de plata shakuhachi de Taipei y algunos libros.

Has usado los 300 minutos mensuales asignados para llamadas telefónicas porque después del 6 de abril ya no los necesitarás más. Has hecho rondas por las celdas, estrechándoles las manos y abrazando a tantos hombres que probablemente nunca volverás a ver. Incluso has tratado de decir palabras de aliento y esperanza a jóvenes y a viejos por igual, a quienes vas a dejar en situaciones desesperadas y desesperanzadas.

Sí, cada vez está más cerca el momento cuando dejarás el mundo de concreto y acero, de alambre de púas y torres de vigilancia, la tierra de los muertos vivientes, y estás muy feliz y muy triste al mismo tiempo.

Ya has hecho la última “cosa oficial” que estabas obligado a hacer. Se requiere que el día anterior a su efectiva puesta en libertad, todos los presos deben hacer la “visita feliz”, es decir, hay que presentarse ante cada uno de los jefes a buscar un formulario de registro de salida firmado por ellos, lo que significa que no tienes ninguna obligación con ese departamento. Todo está listo y preparado para tu salida.

Después de hacer todo eso, estás sentado afuera en el temazcal con tus dos mejores amigos, disfrutando en SILENCIO de la compañía mutua. Un fuerte anuncio por el altavoz ordenándote “presentarte inmediatamente a tu unidad” rompe ese momento de paz. Sabes que algo no está bien. Tu sexto sentido –quizás incluso un séptimo sentido– te permite conocer de inmediato “lo oculto”.

Al entrar en la oficina del consejero, sabes lo que está a punto de decir, incluso antes de que lo diga. Así que te concentras en lo que te ha sostenido y siempre te ha ayudado a superar los momentos más difíciles; te ayudó a salir con bien cuando el filo de los cuchillos acuchillaban tus carnes, cuando las balas cruzaban el aire tratando de morder tu cuerpo, cuando te enteraste de la muerte de tu querida madre y los funcionarios no te permitieron asistir a su funeral a pesar de que faltaban sólo siete meses para la fecha de tu liberación obligatoria. Sí, y respirar profundo cada vez.

“No te irás mañana”.

Ya sabías eso, pero no sabías por qué, así que respiras profundo, una inspiración profunda, dos inspiraciones profundas. Un extraño silencio llena la habitación, y puesto que es bastante obvio que se espera que tengas algún tipo de reacción, sólo sigues concentrándote en la respiración. “¿Por qué?”

“Bueno, todo lo que sabemos es que la Comisión Nacional de Libertad Condicional llamó a la institución y ordenó que no seas liberado mañana. El director está muy preocupado y ha estado en contacto telefónico con ellos todo el día tratando de averiguar la razón”.

¡Así de sencillo! Una simple llamada telefónica de un Comisionado Nacional en Chevy Chase, Maryland, y todos tus planes para tu “reencuentro amoroso con la libertad” quedan cancelados, borrados, anulados hasta nuevo aviso.

¿Cómo te sientes? ¡Yo también!

Desde ese día terrible, con la ayuda de algunos amigos aquí, he redactado un escrito bastante bueno para una Petición Urgente por Detención Ilícita después del 7 de abril 2004, fecha de su Puesta en Libertad Obligatoria por Ley de conformidad con la Sección 4206 (d) del Título 18 del Código de los Estados Unidos [18 U.S.C. 4206 (d)].

He tratado de lograr que el prestigioso bufete de abogados de Willie E. Gary tome mi caso, pero hasta la fecha no sé si lo hará.

El 2 de mayo me reuní en la sala de visitas con la abogada Gilda Sherrod-Ali, de Washington, DC, y le mostré el escrito de mi petición 2241. Lo discutimos en detalle y acordamos que lo presentaría en el Tribunal de Distrito de Ocala, Florida, EE.UU. Lo presentará ante el juez Hodges, el mismo juez que rechazó mi última acción contra de la Comisión de Libertad Condicional. Mi situación ahora es que estoy retenido ILEGALMENTE en prisión desde la fecha de mi puesta en libertad obligatoria por ley, el 7 de abril de 2004.

Así que eso es todo desde este lado del infierno, amigos míos. Quiero agradecerles con todo mi corazón, todo el amor, el interés y el apoyo que me han dado.

Sé que en el pasado nunca dudaron cuando hicimos llamados pidiendo contribuciones financieras para pagar los honorarios de abogados. Tengo que pedir de nuevo. Habrá una ronda más y por desgracia no hay muchos abogados por aquí como en los años 60. Así que por favor, cualquier contribución que puedan hacer para el fondo de mi defensa legal será muy apreciada.

Sigo firme y esperando un futuro mejor para todos nosotros."


Autor: Veronza Bowers
Traducido por Manuel Cedeño Berrueta

Desde que escribió esta carta hace cinco años, Veronza Bowers sigue preso

Más información sobre Veronza Bowers aquí.

Está la puerta abierta...

Iremos de uno en uno
después de pueblo en pueblo
hasta rodear al mundo
con la misma canción

© Facundo Cabral




Queridas hermanas y hermanos

Luego de un mes de noviembre regado de bendiciones, de trabajo y de amor, con la realización del primer Encuentro Raíces de la Tierra en Chile, y nuestra segunda Visión de la Montaña, el camino sigue abriéndose frente a nosotros y la familia del fuego sigue creciendo.

Estamos muy felices de poder contarles que muy pronto sembraremos nuevos fuegos en Quilicura, Temuco y Córdoba (Argentina). Así es, el trabajo y el corazón que le han puesto nuestros hermanos en cada uno de estos lugares hace posible hoy día llevar la medicina del temazcal para compartirla con cada vez más personas, y para ir sanando cuerpos y espíritus en todas partes.

Para nosotros esta posibilidad representa una vez más la realización de nuestro sueño y el de los abuelos, en lo que ha llegado a ser nuestra consigna: llevar la medicina al pueblo. O como dicen nuestros hermanos en México, “por cada cantina, un temazcal”. Vibramos con la idea de llevar la medicina del fuego más allá de nuestros círculos de amigos y conocidos, para que todo el mundo se pueda beneficiar de ella, independientemente de su condición social, de su procedencia cultural, de su capacidad de pagar.

Hermanos y hermanas de Quilicura, de Temuco, de Córdoba, los invitamos a cantar y a sudar con nosotros al calor de las abuelas sagradas, para ir de a poco rodeando al mundo con la misma canción.


Inlakech, alakén


Raíces del Sur

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